Viajar es casi como hablar con aquellos de otros siglos.
René Descartes (1596-1650)
La declaración del filósofo y matemático francés, puede proveer alguna respuesta de por qué algunos de nosotros somos inquietos viajeros.
Cuando nos trasladamos a una ciudad o a un país nuevo, posiblmente seguimos en contacto con los paisajes que formaron nuestra niñez. Esto explica por qué, luego de muchas generaciones, algunos de nosotros en tierras extranjeras nos adherimos a países como Italia, España o Finlandia.
Posiblemente, el hecho es mas complejo ¿somos algunos de nosotros nada más que antiguos recolectores de cultura, la cual decora los estantes de nuestras almas? Si alguno de ustedes tuviera la chance de ver mi alma, vería estantes extendiéndose tan lejos como los ojos pueden ver, con adornos de cultura italiana, española y finlandesa recogiendo polvo de alma.
Sigo sin entenerla bien, pero hay algo encantador que las calles de tiempos pasados. Hay grandes riquezas que abundan: ¿Es un sueño perdido?¿Un apasionado deseo? Un eterno presentimiento que la riqueza material y espiritual está a la vuelta de la esquina? O vamos a encontrar a nuestros parientes en tales calles y tener la oportunidad de preguntarles la pregunta de todas las preguntas: ¿qué han estado buscando tan arduamente?
¿Qué es lo que buscan?
Desde que Argentina ha estado otra vez en las primeras páginas de los principales diarios del mundo, con su permiso, viajaremos momentáneamente desde Finlandia, país donde vivo, a las calles de ese tormentoso país, donde mis bisabuelos paternos italianos emigraron alrededor de 1898.
Como EE.UU., Canadá y Australia, millones de inmigrantes también en el siglo xix y principios del xx, inmigrarorn a la Argentina. La mayoría de ellos eran italianos y españoles. Un pequeño grupo de finlandeses fundó en 1906 una colonia en las selvas subtropicales del noreste de la Argentina.
En el censo de 1914 el 30% de la población argentina estaba compuesta por extranjeros, en su capital, Buenos Aires, la cifra llegaba al 49%, adhieren a este porcentaje los hijos de estos inmigrantes y los anteriormente mencionados extranjeros se volvieron más solemnes.
Si visitas un vecindario residencial de Buenos Aires como Flores, donde mis abuelos vivieron, encontrarás en sus antiguas calles adornadas de árboles las casas el estilo parisino de principos del siglo 20. Posiblemente es allí donde encontrarás todo lo bueno y malo de la Argentina.
Muchos de los más antiguos residentes de Flores desprecian el tiempo porque los distancia de aquellos que aman, gente de tierras lejanas de Europa. Los habitantes tienen ingeniosos métodos de parar el tiempo: en frente de sus casa estacionan autos como un Ford de los años 30. Algunos aún tienen retratos de importantes figuras antiguas como el rey Victorio Emmanuel II de Italia, Francisco Franco de España, el mariscal finlandés Carl Mannerheim o el Zar Nicolás II colgando de las paredes de sus casas.
El testarudo que intenta adherirse al pasado mantiene una esperanza, un ideal vivo. Retardando el paso del tiempo, los residentes de Flores intentan proteger los ideales y sueños que sus parientes inmigrantes trajeron a esas distantes costas. Aún así, el tiempo siempre tiene la última palabra. No es nada raro que él mismo se transforma – como hemos visto muchas veces en la historia de la Argentina — en el peor ogro devorando todo lo que esté a su vista.
Un tío mío llamado Horacio, que vivió en Flores, me regañaría si llevase a su casa un objeto moderno como una calculadora de bolsillo: -¡ ´´Estás loco´´! me diría, -´´¡Sacá esa cosa contemporánea fuera de acá pronto! No queremos apurar el paso del tiempo ¿no?´´
La casa de mi tío era como un museo. Los únicos aparatos modernos eran un televisor y una heladera que al menos tenían 10 o 20 años. Cuando era chico a menudo me hablaba sobre viajar a Africa y hacer un safari, aunque en su vida nunca había salido de Buenos Aires.
Un día Horacio me dijo por qué habia silenciado a todos los relojes de la casa.
´´Para los inmigrantes, el tiempo es nuestro peor enemigo, porque nos distancia de quienes éramos y nos obliga a adaptarnos a los nuevos países y circunstancias,´´ dijo. ´´Todavía sigo esperanzado de que si el pasado y el presente estuviesen perfectamente balanceados, la respuesta que mis padres inmigrantes buscaron en este lugar caería en mi regaso como una hoja de oro inscripta con sabiduría´´
Nunca supe si Horacio descubrió el gran secreto, el tono de su voz y su aspecto desolado cuando hablé con él la última vez me dio la impresión de que no había tenido suerte. Era mas el rasgo de un hombre que sabía que la muerte se le iba acercando. Como hitos en el camino de la vida, la amargura traída por la hiperinflación política y económica — las mismas imágens vistas de Argentina este año – terminaron con él.
Mundos del crepúsculo
Inmigrar a un nuevo país, es como entrar a un mundo descubierto por el crepúsculo. Las situaciones se vuelven más definidas mientras te familiarizás con el espíritu y las nuevas formas de los paisajes de tu nuevo país. Cuando las cosas se ven confusas, da lugar para muchas esperanzas y libera energías.
Elegir un país es tan importante como elegir la correcta mujer o el correcto marido. Estoy convencido que, dependiendo de la persona, algunos países son mejores que otros. La desición que nuestros parientes tomaron de emigrar a un país, nos afecta por muchas generaciones. Muchos de nosotros somos nativos de naciones lejanas de Finlandia porque un padre o un bisabuelo tomó una desición importante.
Pero volvamos la pregunta principal: ¿qué buscaban tan árduamente nuestros antepasados inmigrantes? ¿Era oportunidad, aventura, amor, libertad, supervivencia?
¿O era sólo un deseo de hablar con aquellos de otros siglos?