El 26 de mayo pasado llegó el primer camión a Tijuana. Era el inicio de lo que hoy se ha convertido en una crisis humanitaria con miles de migrantes varados en esa ciudad y en Mexicali en espera de una ficha para poder solicitar asilo en Estados Unidos o bien aguardando la respuesta de ese país a la solicitud que ya han presentado algunos.
Los migrantes llegan a esa frontera desde Afganistán, Cuba, El Congo, Etiopía, Ghana, Haití, Irán, Nepal, Ucrania y otros países, flujos que se suman a los habituales procedentes de Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Michoacán, convirtiendo a la ciudad fronteriza en algo más que una Torre de Babel: la zona fronteriza de Baja California es hoy escenario de una crisis humanitaria.
La capacidad de la Dirección de Atención al Migrante de Tijuana y de los albergues Centro Madre Asunta, Casa del Migrante Escalabrini, Ejército de Salvación y Desayunador Salesiano Padre Chava es a la vez heroica y notoriamente insuficiente.
Los haitianos afectados por el temblor de 2010, así como miles de africanos, fueron recibidos con voluntad humanitaria por Brasil, Ecuador y Venezuela, pero debido a la crisis económica que se vive en esos países han tenido que volver a emigrar para intentar llegar a Estados Unidos.
Citado por el semanario Zeta, Jaime Cinta, quien ha estudiado durante cinco años el paso de migrantes por Tapachula, asegura que seguirán llegando a Tijuana porque se reportan 9 mil migrantes varados en la frontera de Panamá y Nicaragua.
Los migrantes pagan hasta 3 mil dólares para ser guiados durante días por la zona boscosa entre Colombia y Panamá, o al menos cuatro días por los montes de la frontera entre Costa Rica y Nicaragua, lugares donde, relatan, ha muerto un número indeterminado de personas.
Arriban a Tijuana extenuados, después de haber hecho un recorrido inimaginable por diversos países, como Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Perú y México.
Entrevistados por los medios, los migrantes coinciden en que tienen meses comiendo una vez al día y en que su aspiración es (tan sencilla, tan profunda y tan indispensable) llegar a un lugar donde puedan tener trabajo para sostener a su familia.
En los primeros días de la crisis iniciada en mayo, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos estaba entregando alrededor de 100 fichas para una cita, pero hace unos días suspendieron la entrega. Sin que se sepa qué tan válidas son, ahora ha surgido el mercado negro de fichas, cuyo costo es de 500 dólares.
Entre tanto, los migrantes permanecen en Tijuana y Mexicali en condiciones de vulnerabilidad y necesidad extrema.
Hoy la población tijuanense está dando una lección de solidaridad al donar generosamente comida, cobijas y cuanto puede, pero es claro que si siguen llegando estos flujos de migrantes no habrá buena voluntad social que pueda resolver la demanda.
Se requiere de la participación del gobierno federal y del Estado en su conjunto para establecer un programa de apoyo que sistematice este esfuerzo por la dignidad y los derechos humanos. Se trata de un desafío que reclama lo mejor de los mexicanos para atenuar el sufrimiento de estas personas, convertidas en migrantes por la violencia o el hambre que prevalece en sus países.
Twitter: @mfarahg
Secretario general de la Cámara de Diputados y especialista en derechos humanos.
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Esta columna fue publicado con el permiso del autor.